top of page

 Las ratas

 

 

 

          “Sácame de aquí, que viene la muerte” le había dicho. “Déjame abrazarme a tu fantasma, porque ya no puedo dormir sin abrazarme a algo.”  El cuadro de la muerte era un paisaje en el que el espíritu se iba rindiendo a lo evidente. 

 

           Se había mudado después de meses de persecución. Era un piso demasiado oscuro. Había muerto un hombre en el salón el año anterior y aún persistía el olor que deja el cuerpo en descomposición.  Molestaba un poco al entrar pero nadie percibía con exactitud su procedencia. De todos modos a la propietaria le había resultado mucho más difícil alquilar ese piso que los otros cuarenta y nueve que tenía.

 

           Las ratas lo invadían todo por la noche. Se comían las galletas. Roían los papeles escogiendo siempre las frases más relevantes. Ella vivía con un gato llamado Faulkner. Por la noche trancaba la puerta de la habitación y lo dejaba dentro. No le importaba tener que limpiar alguna vez una meada. No soportaba la idea de que se comiera una rata. Y en cualquier caso el olor a gato era más soportable que el olor a muerto. La carnicería también podía ser un arte pero no eran épocas para improvisar. Hombres y niños hurgaban en la basura. Las mujeres generalmente recogían los restos dispersos. Quizás pronto también comerían ratas.

 

           Los hombres tienden a dejarse devorar. Había llegado un punto en que no existía ningún exilio posible. El tiempo se desintegraba como las galletas. El tiempo hacía que se le olvidaran los sustantivos, los nombres, los acentos. Terminaba el año pero a ella le parecía que se terminaba toda la vida sobre la tierra.

 

           En la radio sonaba una vieja canción de Bola de Nieve. Ese hombre con voz de mujer.  Se dejó caer en el agua tibia del baño.  Miró hacia la ventana empañada y se le antojó que la ciudad estaba cubierta de niebla. Comprendió la enorme extensión del páramo en el que habitaba. Trató de imaginar cómo haría el amor con un hombre de aspecto animal y voz andrógina. Un fuerte impulso le hizo abrir las piernas. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo pero acabó la canción. La salud del rey volvió a ser el único tema de conversación en la radio. Y si el rey no tenía derecho al placer entonces nadie lo tenía.

 

bottom of page