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La propietaria

        Eran tiempos convulsos de aparente procrastinación. Presionabas “me gusta” y caía muerto un pájaro al otro lado del océano. Aparecían en las costas serpientes marinas y calamares gigantes. Las ballenas encallaban para morir en cualquier playa desierta. Y las sirenas tenían el pelo rojo. Como ella. Que soñaba con exiliarse donde Morrison dejó la tierra. Otro baño con estética macabra. Morrison helado en la tina de agua helada. Ya no le daba de comer el marketing, ni la música ni la poesía.

 

                  “Tendrá que contarme exactamente qué hizo las últimas horas para que podamos reconstruir este rompecabezas” le había dicho el juez. Pero ella caminó una vez más por el extenso arenal sin encontrar ningún indicio.  El viento consumía el cigarro antes de que pudiera fumarlo. No recordaba nada. Nada. Sabía perfectamente que había estado allí pero todo lo que ocurrió después ya no formaba parte de la realidad sino del abismo.

 

                    Encontraba notas pegadas en las paredes de su casa o en el portal cuando llegaba. Dejaban semillas secas debajo del felpudo y de la cama. Tapaban las tuberías para que el agua rebalsara. Cortaban la luz para obligarla a bañarse con agua fría. No sabía quienes eran pero sabía que estaban allí. Agazapados. Esperando que perdiera la cordura.

 

                    La propietaria del piso era una mujer grosera pero de aspecto fingidamente refinado. Sabía que conocía cada uno de sus movimientos porque se encargaba de demostrárselo. Era una manera de asegurarse el pago puntual del alquiler. Tenía montado un sofisticado sistema de espionaje a base de chismosos y obsecuentes, como ocurría desde siempre, como si aún estuvieran en plena guerra civil.  Se preguntó cómo conseguiría mantener el control sobre los otros cuarenta y nueve inquilinos. Imaginó las bocas de sus informantes hablando con babas y con prisas. Contando con placer casi sexual todo lo que habían averiguado. Bocas morbosas que juntaban saliva en las comisuras mientras soltaban frases repugnantes.  Personas capaces de delinquir con la mirada. Se entregaban a los apetitos de los monstruos y tenían un sentido utilitario de la vida. Su día se medía en cambios de tercios, estocadas y rabos cortados.  Luego comentaban en sus tertulias el arte del sacrificio.

 

                     La propietaria era la última persona que la había visto, antes de que se la tragase la tierra.

 

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