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El librero

               Desde el momento en que tuvieron la certeza de que algo extraño había pasado en el pueblo, todos vieron el posible negocio. Uno de los primeros fue el librero. En un pueblo perdido, ninguna librería subsiste si no es a base de darle mucho a la lengua. No existía una élite lectora. Todas las aldeas de la comarca no superaban en total las doscientas vacas. Y la posibilidad de supervivencia aún se medía por vacas en algunos lugares de esa extraña geografía.

 

               Había cuatro o cinco caciques que se las traían, pero él siempre supo mantenerse del lado más acertado. Aunque certeza no siempre significaba conveniencia. Y tenía una librería bonita, pero no estaba en Piccadilly Circus.

Las cosas no iban bien desde hacía varios meses y la noticia le había caído como un billete de lotería. Con esas cosas de las nuevas tecnologías tampoco era cuestión de desaparecer.

 

               El librero tenía un gusto exquisito. Adoraba las colecciones antiguas y estaba muy relacionado con el mundo de los editores. Su única ambición era llevar a lo más alto el nombre de su ilustre garito.  Reunir distinguidos contertulios era una de sus especialidades. A él le daba igual si el pueblo se hundía en la mierda o en el purín.  Siempre le quedaría París.

 

               En cuanto se conoció la noticia del caso empezó a tender hilos para averiguar lo que había ocurrido.  Allí comenzaron los problemas con la propietaria. Ambos perseguían la misma información pero con recursos distintos. El librero estaba mejor relacionado, así que echó mano a alguno de sus amiguetes y en pocas horas habían pinchado varias líneas de teléfono.

Nadie jamas sospechó hasta donde se desataría el caos.

 

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